Derredor

Llega el momento de mirar en derredor, de tomar perspectiva, de evaluar en introspección; de escribirlo en un par de carillas como si fuese un ensayo sobre el amor. Hay quien cree que es el material de la silla, otros llaman inodoro al trono, algunos estamos hasta la coronilla de señalar el camino, el asunto. El movimiento es el que provoca las cosquillas, la electricidad del descontrol absurdo, la más poderosa de las sonrisas, la que es instinto en bruto. De esas aquí producimos carretillas que son de consumo mutuo. La educación se reduce a una semilla, a la mismísima maravilla del querubín sin rulos, un joven creciendo desde crisálida a jugador de futbol que en futuro serán las chicas o lo que le dé el punto. Los genes nos llevan a buscar compañía pues solos es solo tallar de muslos, una escultura de ninguna manera impropia, salvo el cincelar en público. La culpa es identificada como enemiga pues nos hace sentir impuros no obstante tenemos esa parte que es instintiva y así venimos llenando de gente el grupo, pero con eso se mete la iglesia, con opacar espíritus. El mundo padece demencia por el porcentaje estúpido. Se siguen vendiendo epifanías de diferentes púlpitos; cuando en la universidad de la experiencia, la que lo abarca todo, se entregan de forma gratuita. Incapaz de probar estas “verdades” con ciencia, devengo con esta conciencia de discursos mudos, de soliloquios “juntos”. Puede que el amor este hecho de estas sonrisas, del compartir los desayunos, de que me ocupe de acercarte la silla, ponerte al frente un guiso, poner detrás a un burro. Y no tanto por la manija, mas por el insistir en dúos. En nombrarte compañera plebeya en cada entrecruzar de ojos. La carga de alguna manera se morigera por el rutinario habito. De ahí hasta alcanzar la excelencia es solo cuestión de tumbos. El caso es que venimos dando vueltas en el rodar del mundo, de la tierra, del planeta, del espacio, el cosmos. La próxima pitada les cuento a la oreja el arte de los susurros.