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So ver vió


Era un medico que se destacaba del montón por cometer menos errores que algunos de sus colegas
No era Doctor puesto que no tenia la experiencia ni la necesidad ni la edad.
Un Brujo, un sanador, alguien acostumbrado a oír las suplicas mas desesperadas y genuinas, y a
dar solución a estas.
Estaba ufanamente satisfecho por el poder que implicaban estas soluciones.
Pobre este medico, pobre de espíritu, sin darse cuenta empezó a creer que era más que un ser
humano normal.
Se confundió.
No pudo comprender que su experticia, su habilidad, solo era requerida en tiempos de dolor y
 sufrimiento, de pena, agonía.
Confundió el alivio con la felicidad.
No noto la belleza del corte de su chaqueta, ese diseño, la textura de esa tela, que además de
abrigo le brinda la seguridad que solo poseen los hombres bien vestidos o , aun peor, lo notó y
en una conversación que aisladamente escuche, se postuló como superior al instruido artesano que
diseño la elegancia que el compro.
Y su intelecto superiormente entrenado no supo distinguir entre una faldeada al costado de un
edificio y un almuerzo de trabajo de trabajo signado por la camadería y el respeto.
En su soberbia no pudo maravillarse de que del grifo de su baño saliera agua.
Es que todo es tan sencillo como el abrazo que le damos a nuestros hijos antes de que se
vayan al colegio, es tan solo como el suspiro que nos provocada nuestro ser amado.
O bien la camadería que en esa faldeada después de hacer una loza compartían los peones con el
maestro, el ingeniero y con el Doctor que a pesar de no ser tan jovencito y gracias a
no ser tan jovencito estaba ayudando a construir esa casa para los suyos. Para disfrutar con
sus iguales y leerle hist
orias de duendes y hadas a sus hijos. Para descansar de la agobiante
responsabilidad de sanar. Para que cuando concluya su trabajo se considere persona y enorgullecerse
de que todos ellos han sido pacientes y hayan confiado en sus antecedentes, su experiencia.

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